¡Tranquilos, tranquilos señores y señoritas!
Ahora no puedo explicarles de qué va esta historia de hoy, pues tengo un tipo gordo que no hace más que petardearse en mis narices y tirar de mi canuto, para arrancarme trozos de piel con los que acariciar sus inmensas posaderas.
En cuanto acabe con mi despiece, les prometo que hablaremos de quien es ese señor tan desgraciado.
*Se me olvida decirles que el tipo que me tortura -muy conocido como encarnación del cutrerío apatrullante patrio- está sudando como un verdadero cerdo, así que mucho me temo que tendrá para rato antes de que me permita entrar en otra materia menos fungosa.
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Bueno, ahora que, finalmente, acabó este buen hombre con su cagalera y liberó mi existencia -de igual modo a como
otros liberan enanitos de jardín o
magníficos libros, sólo que en esta ocasión en un lugar mucho más fragante pero indeciblemente menos agradable que un bosque de Boulogne- puedo proponerles, que si les parece, nos metamos en materia.
Como les decía al principio, hay un tipo que se ha hecho merecedor del desprecio tubero y de que le espetemos al rostro:
¡Es usted un desgraciado, señor mío!
Les adelanto, que no pretendo largarles hoy ningún rollo sobre nuestro querido amigo
Borjamari ni sobre sus de sobra conocidas excelencias o indecencias críticas (ya sabemos que la realidad de sus escritos se percibe y cuenta según sea la capacidad crítica de quien los lea o la implicación emocional derivada de sentirse blanco de su viperina y afilada lengua -estoy por apostar que el tipo disfruta con estos dos calificativos que acabo de dedicarle).
Pues bien, ¡señores y señoritas! hoy lo único que pretendo es recoger, en la portada de este
Ciego Universo Tubo, un asunto que, a pesar de mi habitual tolerancia ante el humano excremento, ha herido profundamente mi corazoncito de cartón en espiral, haciéndole dar vueltas, de forma totalmente descontrolada, en torno al eje de mi dispensador de papel higiénico.
Esta misma madrugada, una nueva amiga, bautizada como
Carmeliya, dejaba escrita, en los
comentarios de esta bitácora, dedicada a la higiene íntima de la realidad cotidiana, una historia realmente impresionante tanto por su humanidad como por la sinceridad que rezuman sus palabras.
Me gustaría agradecerle el que se haya decidido a compartirla con este su humilde servidor y el que haya confiado, para secar sus lágrimas, en la fragancia, resistencia y absorción de mis células de celulosa.
Carmeliya demuestra ser una mujer bien educada, una mujer que hasta se disculpa por haber llegado a estas páginas, tal y como reconoce ella misma "
por mero azar". Lo que desconoce Carmeliya es que, por el mero hecho de haber arribado a ella (no importa el modo ni el medio), esta es ya su casa y que, precisamente por estar necesitada de alguien que la escuche disponemos que tenga aquí su tribuna:
Perdona, he cogido esta página al azar. Estoy enormemente triste. Ayer, porque son las tres y pico de la madrugada fue mi santo. He recibido un montón de llamadas, pero yo sólo esperaba una, y ésta no ha llegado. He tenido un día de perros, trabajo mañana, tarde y casi noche. Un compromiso posterior me ha hecho llegar a casa tardísimo. Mi única esperanza era recibir un mail, que al abrir mi correo hubiera una felicitación. Mi santo no es un santo cualquiera. No porque sea mío, es uno de esos días que todo el mundo sabe. Él además tiene una hermana que se llama así.
¿ No ha sido suficiente la humillación de dejarme porque se ha enamorado de otra? ¿ Por qué las mentiras de " siempre serás especial para mí? ¿Por qué ese " nena tú vales mucho"? Si me hubiera felicitado habría sabido que hoy, durante el breve espacio de tiempo que dura escribir un mail, había pensado en mi. Ahora me queda el dolor de la duda. Ni siquiera puede reconfortarme la consciencia de que su pensamiento se ha acercado a mi. No voy a decir que "puedo escribir los versos más tristes esta noche", porque ya los han escrito. Pero en este momento pienso que se escribieron para mi. Siento la paliza que acabo de dar, quizá también que quizá sea una página que nada tenga que ver con lo que he escrito. Pero, anónimo destinatario, me reconforta pensar que he lanzado mi queja al espacio y que quizá haya alguien que se compadezca de mi y, al menos por un momento, me tenga en su pensamiento. Gracias.
Como pueden ver amigos y enemigos,
Carmeliya se encontraba realmente triste; no triste de boquilla, como todos esos snobs que van por la vida con cara de dar pena y quejándose de cuanto les duele la miseria propia y ajena, sino profundamente apenada y, lo que es mucho peor, dolida como persona y como hembra. Así que este humilde Tubbo ha decidido subir a la categoría de historia su sencillo comentario (uno de los mejores, por la sinceridad con que expone sus necesidades y sentimientos, de los que he podido encontrar hasta el día de hoy en el
Universo Blogotúbico).
Yo ya lo he hecho y, aunque no deben ustedes sentirse obligados a ello (ya sabemos que en este puñetero mundo cada cual va a su bola) les pediría que se sumen a las felicitaciones que considero se merece tanto por su cumpleaños como por haberse librado de ese desgraciado capaz de olvidarse de una buena amiga.
Por cierto
Carmeliya, el tipo gordo, cuyas ventosidades y malos modos he soportado estoicamente -ese mismo que se encuentra sentado al volante de su descapotable-, me ha dicho, en cuanto se ha enterado de tu historia: Tubbo dile a esa chavalota que no es mentira eso de que las nenas como ella "
valen mucho". Ese tipo, que no le ha felicitado por su onomástica, es realmente un pobre desgraciado, incapaz de saber como mantener una amistad que no merece. Además, la policía no es tonta y sabemos de buena tinta que:
Cuando nació, el doctor fue a la sala de espera y le dijo a su padre: "hicimos lo que pudimos ..... pero salió"
Su padre, a continuación le cogió en brazos y acto seguido le tiró al techo y dijo: "Si se queda pegado, es un murciélago o un enorme pedazo de mierda"
Su madre nunca le dio el pecho porque decía que sólo le quería como amigo.
Su padre mantuvo en la cartera la foto del niño que ya venía en la cartera.
Se dio pronto cuenta de que sus padres le odiaban: sus juguetes para la bañera eran una tostadora, una radio y un horno microhondas.
Cuando era pequeño le regalaron un caballito de madera... y se murió.
Una vez se perdió. Le preguntó al policía si creía que iban a encontrar a sus padres. Le contestó: "no lo sé, chaval......hay muchos sitios donde se pueden haber escondido".
Trabajó en una tienda de animales. La gente no paraba de preguntarle cuánto iba a crecer ni si podían darle cacahuetes.
Cuando le secuestraron, los secuestradores mandaron a su padre un trozo de dedo. Su padre contestó que quería que le diesen mas pruebas.
Una vez se encontré con las autoridades sanitarias. Le ofrecieron un cigarrillo y una copa de coñac.
El último deseo de su padre moribundo fue que se sentara en su regazo. Estaba en la silla eléctrica.
Un día le llamó una chica a casa diciéndole: "ven a casa, no hay nadie". Cuando llegó a su casa efectivamente no había nadie.
Una vez ingirió un frasco entero de tranquilizantes. El doctor le dijo: "tómese una copa y acuéstese un poco".
Su psiquiatra le dijo que le estaba volviendo loco. Yo le dije que quería una segunda opinión. "De acuerdo, también es usted feo, tonto y, como bien dice el Tubbo, un desgraciado".
Una vez se fue a suicidar tirándose desde un décimo piso. Mandaron un cura para ayudarle. Sus palabras de ánimo fueron: "preparados, listos....".
Bueno, ya se sabe que los chistes del brazo tonto de la ley nunca han sido brillantes pero lo que cuenta es la buena intención.