- "
Niño, deja ya de joder con la pelota" -escribió y cantó un día el inspiradísimo
Serrat
- "
Niño, que eso no se hace, que eso no se dice, que eso no se toca" -prosiguió con su métrica de poeta.
Lamentablemente, lo realmente sustancial y pertinente se lo dejó en el cesto de las letras jamás escritas; de esas que por prudencia, por ser correcto o, sencillamente, por miedo a despertar reacciones furibundas en cualquier colectivo, más o menos desorganizado, de esos que se sienten aludidos y molestan por cualquier chorrada, es preferible dejar sin parir.
Ustedes, como es natural, no tendrán, a estas alturas de la historia, la más mínima idea de a qué me estoy refiriendo, a pesar de que, por ser personas inteligentes (hay que serlo sobremanera para leer, aguantar estas empapeladas que les meto y tener ánimos aún para venir a por más) es muy probable que el título de este rollo higiénico de hoy les haya dado una pista.
Pues efectivamente,
¡botellita y coco para los caballeros y cajita de preservativos, con sabor a plátano de Canarias -como naturalmente tiene que ser-
para las señoritas! Me estoy refiriendo a la
metacarpioterapia, esa disciplina "educativa" que aún se sigue aplicando, con fruicción todo sea dicho, a todo aquel infante que sea merecedor del tan subjetivo adjetivo de díscolo.
La historia de hoy comienza con un tipo feote, bruto cual rocín de pocas luces e inusualmente prepotente. Un tipo bigotón, con cara de muy malas pulgas, que, mientras zarandeaba a un chavalín de unos cinco años, amenazando con dislocarle el hombro, con la palma de la mano libre abofeteaba los cachetes del pelón hasta ponerlos rojos como la pulpa de una sandía recién abierta.
- "
Para que aprendas a respetarme" -gritaba el furibundo hijo de la gran puta, entre cachete y cachete.
- "
A ver si aprendes a obedecer a la primera, cuando se te dicen las cosas" -amenazaba el animal, mientras seguía dándole unas toñejas que, afortunadamente, se iban espaciando cada vez más.
El pobre crío gemía y trataba de esconder la cara ante el aguacerro de tortazos que le estaba cayendo.
- "
Hombre no sea usted tan bruto con el pobre chaval" -se atrevió a recriminar por lo bajito una de las señoras, que observaba atónita la escena.
Y el mal nacido, con mirada desafiante y mientras soltaba un último cachete, como para remarcar su propiedad sobre el chavalín, contestó: "
¡métase en sus asuntos señora!" para, a continuación, llevarse a rastras al crío, meterlo en el coche de un empujón, cerrar la puerta de golpe y salir escopetado hacia el mundo de mierda del que seguramente había salido para pasar un agradable domingo de playa.
Me sobresaltó el descubrir que el impulso inmediato que me asaltaba, ante aquel abuso, era el de saltar al cuello de la bestia y liarle un par de soplamocos, que le hiciesen ver lo agradable que resulta recibir tortas. Sin embargo, la estupefacción de todo el desagradable espectáculo fue mayor y no supe llevar a la práctica, con suficiente rapidez, la idea que, tan sólo unos segundos antes de que el tipo emprendiese la huída, había cruzado por mi cabeza.
Se pueden imaginar el mal tubo que a uno se le queda en el cuerpo cuando le convierten en espectador involuntario de una historia así y siente además que no ha sabido reaccionar ni a tiempo ni adecuadamente.
Como no conozco el nombre y los apellidos del desgraciado cacheteador y como tampoco llevo encima una máquina que, cual
Osito de Peluche, me hubiese permitido inmortalizar la agresión y el careto del mal nacido agresor, debo conformarme con contar esta historia de domingo triste y dejarla aquí expuesta para público escarnio de quienes aún desarrollan semejante tipo de conductas.
Para otro día quedarán las reflexiones profundas sobre lo inadecuado de aplicar un castigo físico con intención formadora o educativa (la deformadora no seré yo quien se la niegue).
Para otro día dejaremos eso de que el castigo tan sólo es efectivo para producir o inhibir conductas en presencia del agente que lo aplica.
Para otro día quedará el exponer que la agresión solamente genera en el niño conductas agresivas y el aprendizaje de la certeza de que la agresión y la violencia están justificadas como mecanismos para el logro de determinados objetivos.
Para otro día trasladarémos el explicar que la agresividad, la conducta antisocial y el abuso infantil y familiar en la madurez tienen, en muchos casos, un origen en las golpizas recibidas durante la infancia.
Para otro día, finalmente, dejaremos el denunciar a quienes, en virtud de su agresividad, piensan que con el ejercicio de la violencia pueden imponer sus objetivos, sus puntos de vista y sus ideas al conjunto de la sociedad.
Por hoy me contentaré con lo escrito y con pensar que a Serrat se le quedó en el tintero lo más importante de la historia:
- "Niño deja de joder con la pelota o el hijo de puta de tu papá te matará a Hostias".
¿FIN?